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miércoles, junio 01, 2011

Entre la pasión y el orden

Eric Clapton en Londres. Esta semana cerró su primer ciclo de shows en el Royal Albert Hall. El anticipo de un concierto antológico que traerá a River Plate.

NADA DE HISTRIONISMO. UNA CARACTERÍSTICA DE ESTE CLAPTON CON 66 AÑOS ES NO EXAGERAR CON LA GESTICULACIÓN “ORGÁSMICA” A LA HORA DE LOS SOLOS.






28.05.2011 | Por Pablo Schanton pschanton@clarin.com

Pasión y orden. Según declaró Eric Clapton en 2005, esos dos son los valores que sostienen la performance de su música. La ecuación sigue vigente. Basta con tomar conciencia de que su concierto hoy cerrará con Crossroads, el blues legendario de Robert Johnson, en un teatro tan victoriano como éste: el Delta del Mississippi ciñe sus pantanos para adaptarse al neoclasicismo del Royal Albert Hall. Una síntesis del acercamiento al blues del guitarrista antes conocido como “Dios”.
Su blues es más protestante que de protesta: por más millonario que sea, prefiere verse a sí mismo como alguien que trabaja duro para ganarse el pan: un “journeyman”, un jornalero. Este será uno de los seis shows que dará en Londres en mayo. Desde su paso por el trío Cream, que la comparación con Hendrix fue inevitable. El negro dionisíaco, satánico y suicida versus el blanco apolíneo, burgués y sobreviviente. Pero lo más admirable es que finalmente Clapton consiguió una caligrafía personal a partir de un destilado blusero que, para muchos escépticos, sigue siendo sentimiento afroamericano imitado por fonética. Pero en vivo, aquí, en la Londres de apariencia más victoriana, el jornalero del blues nada como pez en el agua, exhibiendo un dialecto personal, donde ya han sedimentado cinco décadas de música y altibajos.
En este recital que funciona como una antología de su carrera -comienza con el standard Key to the Highway y termina con Crossroads, pasando por Nobody Knows You...- demuestra que la mitología blusera ha sido apropiada hasta que ya es “claptoniana”. Con el ex Cream compartimos una intimidad que responde al ideal de que el Hard Rock Café se hubiera mudado al teatro Cervantes. Privilegiados, los del primer piso, que verán todo desde sus“palc-hólicos” (sí, palcos con champán a full). No debe ser fácil trasladar este recital a la intemperie de River. Casi 8.000 fans ocupan el anfiteatro con una parsimonia que se refleja en el escenario. Ante la hamaca del blues, se volverán miles de perritos de cuneta diciéndole sí al swing. Las palmas reciclarán rodillas como tambores mudos. Sólo tres Susan Boyles, que alguna vez fueron Janice Joplins, permanecerán de pie y mecidas, con sendas carteritas Louis Vuitton esperando en los asientos.
Hoy el rock es etario. Aquí, en Londres, días atrás, en The Wall versión 2011, la franja iba de 40 a 60 años; mañana, en el show donde los ex alternativos de los ’90 Mercury Rev vuelven a tocar entero un disco suyo del 1998, las edades variarán entre los 30 y los 45. Hoy, como en un show de Jonas Brothers al revés, a Clapton lo sigue gente entre los 50 y los 70. En todos los casos, vale llevar a hijos y nietos. Como no existe algo así como un recambio, donde unos son reemplazados por otros, vuelven los grupos separados años atrás, y todos son jubilados de la creatividad que trabajan de performers (más ahora que no se venden discos). Museo zombi del rock, donde cada uno apoya la almohada de su nostalgia en el muerto vivo que le hace soñar con lo mejor de su juventud. O, directamente, de su vida.
Sin magnetizar los aplausos, llega Eric de jeans y zapatitos. El pelo partido y canoso sobre los anteojos da nerd informal. De caricaturizarse, a los 66 años, Clapton podría ratificarse como eslabón perdido entre Calculín y el profesor Farnsworth de la serie Futurama. Será el único guitarrista –eléctrico y acústico- de la noche. En efecto, acá el que toca las seis cuerdas es Dios y basta. Más allá de la base (el magistral y jazz rockero Steve Gadd más el groove del bajista Willie Weeks) y de la dupla de morochas en coros, a la derecha de Dios veremos a Chris Stainton en piano Rhodes y al gran Tim Carmon en el papel de un Booker T. Jones en Hammond y Clavinet. Si en su técnica, Stainton puede reincindir en clichés, Carmon al contrario se luce en Still Got the Blues con un solo de órgano desde una tristeza rara, como encendida. La secuencia de instrumentos será repetida en cada tema y es deudora del jazz: a una seña de Clapton, arrancan los solos de Stainton, luego vienen los de Carmon y cierra el violero. Nadie, nada desentona, excepto una pantalla atrás que muestra espirales psicodélicos o efectos ópticos. Habrá escenas de Google Earth también… ¿Perdón?
Sin dudas el punto más alto se alcanza con Old Love (de Journeyman, 1989). Como sucedió en su Unplugged, vibra el feeling de la canción que compuso en su “etapa careta” con Robert Cray. Entra en un trance de swing en rescoldo que lo ceba de solos. Va por la guitarra surfeando gorjeos. La frontera entre fluidez y virtuosismo se diluye.Se cumple la regla claptoniana: “Un buen solo de guitarra es aquél donde vos le das sentido a cada nota que tocás y donde tocás realmente menos de lo que quisieras”. Cuando pasa a la acústica y hace su versión Unplugged de la eterna Layla, se reconoce al compositor que nos perdimos por preferir encontrarse en canciones de otros (de J J Cale, especialmente).
Entre el impulso contenido de Layla (1970) y la nostalgia de Old Love (1989) se cuenta la historia de amor entre él y la mujer de su amigo George Harrison, Pattie Boyd. En ambas, la inercia afectiva gana: Layla es la declaración de amor prohibida, mientras Old Love traduce la imposibilidad de olvidar a Pattie. Sí, el feeling de Clapton radica en esa encrucijada entre la pasión y el orden. Se comprueba hasta en sus solos acústicos, donde mete púa, meta-púa. Se oye la nota con claridad y se oye la cuerda pulsada con una fuerza de más, a la vez la música y la finura del metal, pero ninguna se superpone a la otra. Hacia el final de este concierto -donde sólo figura una canción de su CD homónimo de 2010-con el rock bailable de Cocaine, el público se sale de la raya para levantarse y sacudirse la modorra blusera. Elevando los puños bien alto, gritan “Cocaine” una y otra vez. No deja de asombrar la masiva respuesta ante la ambigüedad de uno de los estribillos más paradójicos de la historia del rock...
Aún a su edad, brilla como cantante: según apuntó J. D. Considine, Clapton le debe parte del éxito a su voz. Una lástima que recurra a esa expectoración vocal (tan argentina) que quiere transmitir “garra”, pero devela inseguridad expresiva. Está claro: lo suyo es la pasión, pero también, el orden.«

Fuente: www.clarin.com

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